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Totum Revolotum

Sant Jordi, día de la rosa y del libro.

El andén de la línea roja de Plaza Catalunya estaba totalmente obstruido por el gentío que iba y venía. La advertencia por megafonía “Por favor, antes de entrar, dejen salir” apenas se oía entre tanto murmullo. Pasaban pocos minutos de la una del mediodía del día 23 de abril. Era Sant Jordi, día de la rosa, del libro, y de los donuts con forma de rosa, en el Dunkin Donuts de la parada. Apenas dos o tres mujeres llevaban una rosa en la mano. Nadie llevaba un libro bajo el brazo. Muchos estaban haciendo cola en el Dunkin y otros tantos comían su donut-rosa mientras caminaban hacia su destino.


En la plaza interior que da a las salidas de la plaza había muchos extranjeros vendiendo rosas. Su táctica era la siguiente: salía una persona de uno de los pasillos, ellos le ponían el ramo de rosas en las narices y la persona, en lugar de detenerse, aceleraba la marcha. De repente apareció un guardia urbano que pilló in fraganti a un vendedor de gafas de sol, mientras los demás seguían intentando vender sus rosas.


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Como decía el sms de Isabel, la amiga con la que había quedado, la zona del Triangle era “un autentico CAOS” (sic). Había tantas personas, tanto ruido, tanto ir y venir… que si alguien hubiera tropezado se habría producido el efecto dominó: cae uno, caen todos. Había 6 paradas de rosas, e intentar averiguar qué tenía una de diferente con respecto a las otras era como jugar a las 7 diferencias. Cada parada estaba formada por dos mesas en forma de “L”, y encima de éstas había rosas metidas en cubos de todos los colores. La única parada diferente era la del quiosco que estaba al lado de la entrada del metro porque, en lugar de cubos, tenía vasos de plástico del McDonald´s. Y también porque vendía libros.


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Tras el encuentro y la comida, era la hora de pasear. Por Plaza Catalunya se habían formado pasillos artificiales de paradas de rosas, estrechando aún más el espacio donde, en teoría, debía pasar el aire. Las paradas tenían las rosas clásicas y las de caramelo a 3 euros y las de colores (azul, amarillo, blanco) a 4 euros. El pasillo llevaba hasta la entrada del Fnac, donde aguardaba otro vendedor, pero éste vendía una rosa por 15 euros. Dentro del Triangle había otras ofertas como la “Rose Congou” del Tea Shop o una rosa de regalo en el puesto de información a cambio de un ticket de compra. Había más niños (y japonesas sonrientes) con globos amarillos de ERC que personas con rosas.


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Siguiendo la estela de globos amarillos, se llegaba a las Rambles, donde empezaban las paradas de libros. “¡Qué bueno que está el pavo!”, exclamaban los grupos de jóvenes, que iban cogidas del brazo, al ver la cara (posterior) de los chicos. A pocos pasos del principio estaba la parada de Esquerra Republicana de Catalunya, con Josep-Lluís Carod Rovira incluido. El lema de la parada era “Nosotros pagamos, nosotros decidimos”, y ofrecía libros como La nova Catalunya, del mismo Carod Rovira. Los niños, al ver la parada, preguntaban a sus padres “¿Está el Carod? ¡Quiero verle!”, y arrastraban a los cuerpos paternos hasta allí, donde los de ERC les regalaban un globo. Enfrente de esta parada estaba la del PSC, que no tenía lema pero sí globos rojos. Algo apartada estaba la de ICV, que no tenía ni lema ni globos, pero sí libros.


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En ese momento una anciana detuvo a mi amiga, cogiéndola del brazo. “¿Irás a la manifestación, verdad?”, le preguntó. “¿De qué me está hablando?”. La anciana se estaba refiriendo a una manifestación independentista que empezaría en Plaza Universitat sobre las seis de la tarde. Había pancartas colgadas en algunas paradas, pero obviaban la razón de la manifestación y su conexión con la fiesta de Sant Jordi. “¡Me refiero a la manifestación de las siete, claro! ¿Irás? Es que mi nieto me lo ha comentado esta mañana, pero no sé dónde empezará.” Mi amiga le respondió con un silencio, arqueando una ceja. “¿Irás, verdad?”, repitió la anciana, sin soltarle el brazo, “Todos los que se consideran catalanes van a ir, y tú eres catalana, ¿verdad?”. “Sí, sí,”, respondió rápidamente mi amiga. “Y quieres la independencia, como todos los catalanes, ¿verdad?”, la miraba fijamente a los ojos. “Eh… no”. “Ya veo…”, la anciana parecía que iba a soltarla, pero se lo volvió a pensar y le apretó un poco más el brazo, “pero al menos llevas barretina, ¿no?”. “Claro, claro”, respondió mi amiga sonriendo sin sonrisa, “lo que pasa es que hoy me la he dejado en casa”. La anciana asintió, le soltó el brazo y continuó con su camino, echándole una ultima mirada antes de desaparecer entre el gentío. No llevaba barretina.


Atardecía, y el número de personas en Plaza Catalunya había disminuido de forma que se podía caminar sin sentir codazos ajenos. Pero a esa hora el Fnac era la personificación de la lata de sardinas. El posible comprador se detenía ante cada cartelito que anunciaba una oferta para mirar el susodicho libro rebajado, provocando atascos detrás de él. En la sección principal había libros como La misteriosa llama de la Reina Loana, de Umberto Eco, o Soy Charlotte Simmons, de Tom Wolfe. El que más vendía era la novelización de Star Wars. Episodio 3: La venganza de los Sith. Me limité a seguir a mi amiga, ya que el sudor me impedía abrir mucho los ojos. Ella, tras hojear bastantes libros, se hizo con La maldición que cayó sobre Gotham y El largo Halloween (dos cómics de Batman).


Tras despedir a Isabel, había llegado la hora de volver a Sant Boi. El sol pronto iba a desaparecer. El sábado terminaba, y con él terminaba Sant Jordi, el día de la rosa y del libro.

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